Santiago Rubín, toda una vida al servicio de YPF le significó recibir «El Gorosito» como reconocimiento a su labor.
Desde su Córdoba natal, viajó a dedo hasta Mendoza y de allí vino al sur, porque sabía que «si llegabas a la mañana a la tarde tenías trabajo». Ya en Catriel vio que «la avenida no era avenida, eran montículos y montículos de tierra y decidí seguir», dice Santiago. Después de pasar por Cinco Saltos y Neuquén, en Cutral Co consiguió ingresar a la actividad petrolera, pero como por un capricho del destino, la incorporación fue en Catriel, localidad que en aquellos años se erigía en torno del crudo.
El sentido de pertenencia del trabajador ypefiano se resume en el orgullo nacional que no varía, más allá de las peripecias por las que ha atravesado la empresa.
Así lo dejó ver Santiago Rubín, una de las tres personas con más antigüedad en YPF, empresa en la que se desempeña desde el 18 de abril de 1973.
Al dejar las primeras gamelas en las que vivían, muchos se trasladaron al barrio creado por la compañía y allí «podía verse una clara diferencia entre los empleados de la empresa y el resto», señala, «y de alguna manera podría decirse que había discriminación».
Realidad que se modificó con los años, cuando los mismos empleados comenzaron a fortalecer lazos entre sí, para derribar las fronteras que separaban «a la gente del barrio y la gente del pueblo». Esa barrera se desmoronó tras la privatización de YPF, época en que muchos quedaron sin trabajo y perdieron sus casas en «el barrio», para que posteriormente las comprara «la gente del pueblo», lo que implicó el punto de acercamiento que dejó atrás la sectorización social, que anhelaba el obrero. De algún modo, el anhelo devenía del «compartir horas y días de andar kilómetros sin importar otra cosa que no sea trabajar, en yacimientos que eran mucho más grandes» expresó al tiempo que bosquejaba el espacio que se extendía 70 kilómetros hacia el norte y otro tanto hacia el sur, en medio de las «picadas» o caminos petroleros.
En los primeros años, el operario petrolero trabajaba de sol a sol. «No importaba el frío, ni el viento, ni el sol ni las heladas; la mayoría de las personas no tenía instrucción -muchos ni siquiera habían terminado los estudios primarios- y sólo se dedicaban a trabajar».
«Ahora es diferente, y apenas corre un viento de 35 kilómetros, ya no se trabaja más; y eso empezó después de los ´90, cuando comenzaron a haber más cursos, capacitaciones y la incorporación de personas idóneas»
Medidas que también favorecieron a la seguridad, porque por entonces «se cuidaba lo mínimo y había muchos accidentes, producto de las exigencias y de los elementos de los que se disponía».
En este sentido, los 24 años que Rubín se desempeñó en el área de seguridad, le dan autoridad para decir que «a pesar de los accidentes –la mayoría en el sector de perforación– nosotros llevábamos todo lo que era estadística y asistíamos a todos los trabajos de riesgo; además la empresa daba cursos periódicos de prevención y contábamos con las brigadas de incendio».
Ese tipo de siniestros, muchas veces eran ocasionados porque «hasta el año `91 no había una política ambiental. Por ejemplo, se volcaba el agua de formación al campo y los fluidos se tiraban a las piletas que estaban en la tierra» o se tiraba el lodo empetrolado para compactar los caminos, tal como aún puede verse.
«En el año ´90 se cerraron las piletas y (desde entonces) está prohibido arrojar -o que caiga– cualquier tipo de residuos al campo». Actualmente, «el mismo lodo que se usa para perforar se recupera y los fluidos van a parar a una especie de contenedores, que después se trasladan a dos lugares específicos ubicados –en Señal Picada, al norte y en Medanito, al sur»
En esos sitios, los semisólidos son recuperados, después de pasar por un proceso en el que «se los remueve hasta que se neutralizan y la tierra vuelve a ser reutilizable» mientras que los fluidos «van a parar a un repositorio».
Otra de las características es que hasta el 2000, la remediación era tarea de la misma empresa; pero después fue labor de los emprendimientos que se crearon tras la privatización, lo que significó una merma considerable en el personal.
«En el ´73 había alrededor de 400 empleados y en el `77 llegaron a haber unos 850. Actualmente –después de la reactivación que ha habido– hay trabajando alrededor de 100 personas, en dos áreas delimitadas como Zona Sur –compuesta por Medanito, Bajo del Piche y Los Loros- y en la Zona Norte, los yacimientos: Señal Picada y Punta Barda, y otra zona como Piedras Negras, en la que hay 2 plantas de gas y un pozo de petróleo».
En los últimos meses «se han reactivado los pozos que Repsol fue abandonando y eso significa un aumento en la producción, pero también garantiza más trabajo» .
Para terminar, Santiago Rubín confesó que «nunca pensé en quedarme acá»; sin embargo, agradece que YPF le dio «no sólo el trabajo y la estabilidad laboral. Acá me puse de novio, me casé y nacieron mis hijos» aclara con el orgullo de pertenencia, sentimiento que refuerza cuando muestra una estatuilla de «El Gorosito», que es una figura de un trabajador petrolero, «un boca de pozo» de Caleta Olivia, ícono de la actividad hidrocarburífera, que le fue entregado por la petrolera estatal como reconocimiento a su labor en favor de la empresa.